Primera impresión. Me sentí anoche en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, exactamente como me sentía cuando de niño me llevaban a la Feria Internacional de Bogotá, y uno de los principales atractivos era ir de "stand" en "stand" recolectando volantes que al otro día habría de botar. Así fue. En muchas de las obras, "atendidas por su propietario" se repartían volantes, adhesivos, postales... y uno, guarde.
Hay una extraña compulsión por explicar la obra -acaso explicar una obra de arte sea como clavarle un alfiler a una mariposa-. ¿A qué tanta muleta? y, ¿tanto texto?.
Y además, ta raaaaaan LOS ENCERRAMIENTOS. Similares los vericuetos que precariamente sostienen las obras, al deplorable estado de la situación urbana a la que nos vimos enfrentados hace un tiempo, cuando impelidos por el miedo los habitantes de barrios enteros se enrejaban entorpeciendo el tránsito vehicular y peatonal.
Demasiado andamiaje.
Tal vez por todo esto, resulta refrescante ver aquí y allá, alguna pintura que se defiende solita desde su silencio.